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¿Y QUÉ ES EL CIRCO SINO LA VIDA?

  • Foto del escritor: historiasamalgama
    historiasamalgama
  • 20 mar 2019
  • 3 Min. de lectura

Escrito por: Isabella Rendón

Fotografía: Diego Zúñiga

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ANA KARINA VEGA


Vivir por los aires, elevada. Ana Karina sueña con sanar y con volar, en el aro, en el trapecio. Hoy en una tierra fría recuerda al Valle, ese de cantos vallenatos de dónde viene, pero también se alegra del escenario, del espectáculo que la llena de vida. Toda ella es una fiesta de colores, de danza y movimientos en el aire, de entreno duro y suficiente, pero sobre de todo de nada de miedo. Conoce el circo como se conoce a sí misma y ¿Qué conocemos mejor que la familia?, pues de ahí proviene su historia bajo la carpa y sobre el aro y ¿Qué es la vida misma sino elevarse y bajar y tensar y relajar el cuerpo y el alma?



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YUBISEL PIEDRAHÍTA HOYOS

Yubisel se enamoró del circo. Creyó que era un lugar para vacacionar, para estar solo un tiempo pero las luces y el público hicieron de la danza que tanto ama, su goce y su disfrute. Ya no se piensa fuera de aquí, lejos del vértigo, de los aplausos y de los niños. Mientras baila piensa en su familia, hace un año la vio por última vez, la gira del circo ha sido larga. Cartagena del Chairá es su cuna, la de una artista que se atreve a soñar con disfrutar de su trabajo, un sueño descarado para estos tiempos. Yubisel es su voz pasmada para cantarle a un niño el feliz cumpleaños en medio del escenario, pero es también la que dice “Yo acá entré y de acá nadie me saca” ¿Y qué es la vida sin esos lugares que empezaron siendo de paso y se volvieron hogar?


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STIVEN SUÁREZ


Un payaso caleño, que sólo tiene memoria de él en el circo, de su nacimiento y su crianza, de todo lo que es y lo que no. Lleva el circo en el alma más que en la sangre, pues a pesar del viaje constante, y el cansancio del arme y desarme, las ciudades y pueblos conocidos no se los quita nadie, ni lo que se ha comido tampoco. Le gustó la psicología, que estudió un tiempo, y también lo llaman las leyes, pero le fascina el circo, eso es lo que es y todo lo que quiere llegar a ser. El circo es ser mejores, juntos, en un acto de altura, de humor, o detrás del telón mientras las luces se apagan.

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Un reconocimiento no es un premio, una distinción o ni siquiera una felicitación. Salir al escenario con un dolor que no se habla, que solo puede sentirse, o con un millón de problemas; que el público reconozca en ellos el trabajo, que cuando a la vez es pasión no hay forma de no seguir, aunque el alma se acobarde y se haga minúscula. Lo primero que aprendió Stiven fue a ser payaso, a sentir y escuchar las risas de los otros más alto que la suya propia, y lo aprendió con la muerte de su padre, el que le enseñó todo lo que sabe sobre el circo, un día de viaje por la costa atlántica, a manos de un infarto, un padre al que extraña pero por el que igual hace reír a los otros y se para bajo la gran carpa con la mejor de sus sonrisas ¿Y qué es la vida sino pararse frente a su cara más amarga y sonreír para no llorar?


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DIEGO FERNANDO MANRIQUE


A Diego lo deslumbró la carpa infinita, las luces de colores, la música festiva, y todo lo que salía del telón principal del circo. De niño, al asistir a una de las funciones en su pueblo, Fuentedeoro, Meta, se prometió estar ahí en frente. Su flexibilidad habría de llevarlo directo a ser la estrella, “elástico”, como se llama su acto. Cayó una vez y se partió la mano y el pie, pero siguió, como lo hace todo buen artista. Tiene una sonrisa tímida que se vuelve enorme ante los aplausos del público extasiado de su cuerpo retorcido, en formas inimaginables. Son esas formas, producto de la disciplina, las que le permiten ser lo que siempre soñó ¿Y qué es la vida sino un lanzarse al vacío tras los sueños cuesten lo que cuesten?


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Volar bajo un cielo lleno de estrellas blancas, maniobrar para soltar el trapecio y confiar en las manos entrenadas y llenas de cal que reciben y balancean y sostienen. No hay aplausos, hay silencio, todo debe estar en su sitio, el peligro es latente. Parece más bien un baile, con tiempos y compases, con giros y tropiezos. Ellos parecen ser lo que queremos, livianos, tan leves como para no caer nunca, o al menos para tener algo que amortigüe la caída. En el aire son más que cuerpos con particular belleza, con movimientos armónicos y sin un respiro de miedo. Son artistas que nos hacen creer en lo imposible, en volar como siempre lo quiso el hombre.


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Revista Entropía 2020

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