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a las tardes de echar baño en san miguel

  • Foto del escritor: historiasamalgama
    historiasamalgama
  • 3 jun 2019
  • 2 Min. de lectura

Por: Héctor Fernando Cortez

No somos hijueputas, somos HijuePutis.

Al río Putis lo respetan, hijueputas

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Si me hubiesen avisado que la vida sería este duro estropajo que me enrojece la piel, no habría dudado en quedarme más tiempo sumergido en el río cuando pude.

Pero no. No oímos, ni sentimos, ni vimos. Simplemente se nos fue escapando todo: la ternura de nuestros ojos, las manos blandas, la piel templada, la planta sucia de nuestros pies descalzos y la barriga redondita y parasitada.


Un solo grito bastó para hacernos creer que el tiempo había terminado, que había que salir y dejar de ser peces que secaban sus escamas sentados de cuclillas encima de una roca rodeada por el agua dulce del río San Francisco.


Si hubiese sido consciente de que ahí terminaba el pedazo de felicidad que a cada uno nos corresponde por gracia divina, todavía estaría allá. Y los correazos en mis nalgas aun frías, asestados por mamá, serían un mero protocolo doloroso, adormecido por la sonrisa de la complicidad aún tibia en nuestras axilas y calzoncillos.


Yo nunca fui el valiente que se tiraba de lo más alto del barranco, ni pude atravesar de un tirón la parte más ancha de la quebrada, tampoco llevé a ninguna muchacha bonita pensando que era mozuela. Nunca ayudé tampoco a construir el charco, ni pude aventarme al agua cuando alguien pedía auxilio. Pero si era uno de los que atravesaba fincas y potreros con dos ollas al hombro, atento a que alguna gallina también quisiera ir a nadar con nosotros agarrada a un par de papas. Era yo el muchacho que se quedaba a la mitad, donde el agua solo llegara hasta los hombros y donde pudiera tocar las piedras lizas con los pies. Nosotros, los muchachos del río, héroes y bandidos desnudos de las aguas que bajan del páramo, traemos desde entonces la yema de nuestros dedos un poco más arrugada.


Dicen “ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos". Hoy somos otros, pero el agua del Putis aún reconoce nuestras espaldas chamuscadas cada vez que volvemos, aunque esté herido y asustado, aunque esa misma tarde nuestra piel se haya secado.


Si bien siempre me sumergí con cierto recelo y un poco de miedo, con todo gusto perdería de nuevo las clases de inglés que había después del almuerzo. A fin de cuentas, se chapalea mejor en español.


Fueron los chapuzones más sabrosos del mundo los que me eché en el río Putis.

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Revista Entropía 2020

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