cayeye
- historiasamalgama
- 16 jun 2019
- 2 Min. de lectura

Conocí el cayeye una noche en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, en un pueblo pequeño llamado Minca. Acostumbrada a comer plátano verde o maduro, fue lo que asumí que era ese puré con queso costeño rallado encima. Los guineos, el ingrediente principal de este manjar de dioses, son otra cosa, bananos verdes. Tuve la suerte y la fortuna de probarlo por primera vez junto a dos generaciones de mujeres de mi familia; el cayeye estaba delicioso pero el cayeye son y serán para mí los recuerdos y las historias de esa noche.
Historias como las de Jera, un amigo de mi abuela que vivía en su pueblo y que un día llegó diciendo:
-Ve Pao, ¿con quién estará peliando el pastor?
-Ve con nadie.
- ¡Y entonces a quién le dice desgracia’o, desgracia’o!
O el mismo Jera, que entrañaba fuertes peleas con su burro porque no le daba la gana de caminar más y entonces le preguntaba:
-¿Qué querei, querei un boli? Que es un helado en bolsita de chicle, de tomate de árbol, de kola, entre otros sabores, el preferido de los niños para refrescarse.
O incluso la frase: A mí ninguno me ningunea, con la que todas nos reventamos de risa.
Y es que son los burros, esos que antes eran paisaje y ahora solo un recuerdo y asombro al cruzarse en el camino, los protagonistas de tantas otras historias. El del señor Francisco, por ejemplo, cuenta mi tía que ya sabía para dónde llevarlo sin que nadie le mencionara el camino.
La receta original del cayeye lleva también hogo o “hogao”, ese picadillo de tomate, cebolla y ají dulce que acompaña casi que el 80% de las recetas de nuestro país. Es inútil describir su sabor, pero es un plato que ya está instituido en el paladar de los provincianos como desayuno, en los tesoros de las cocineras tradicionales y en la oferta de los grandes hoteles, con modificaciones e innovaciones de los grandes chefs, con camarones, carnes y hasta con chicharrón.
Mi tía abrió los ojos cuando me preguntó si comía guineo verde y le dije que nunca había comido. Me lo entregó como un regalo de las montañas y del río que estaba cerca, pues dicen que la palabra proviene del vocablo Cayey que en el lenguaje de los Arawak significa “lugar del agua”. A oscuras, con las ranas de fondo y las risas de mis mujeres probé esta simpleza, originaria en la zona bananera del Magdalena, desde los tiempos de la United Fruit Company, y creada a partir de los bananos “no aptos” para exportación, con los que los lugareños se inventaron una y mil formas de comerlo; algunas de las mejores noches de mi vida tienen ahora sabor a cayeye.
Comments