CONVERTIR EL AMOR EN UN ARTE QUE MUERE
- historiasamalgama
- 31 mar 2019
- 2 Min. de lectura
Por: Juana Muñoz Zúñiga
Para Gaby y su falda amarilla.

Gaby nació siendo el niño que todos esperaban en casa, con carros, bloques de armar y paredes azules. De niño o niña como ella dice, nunca vio las reglas del juego ni porque le gustaba combinar los colores en las muñecas de su hermana. Con el tiempo entendería que las cosas se complicarían un poco y sentiría la incomodidad de usar zapatos de fútbol o de coleccionar calcomanías sin razón.
Como un acto de extrema valentía, Gaby, contra supersticiones, palabras y cimientos que caerían tiempo después, decidió agarrar la mano de otro ser que no buscaba cambiarla. De esa mano se aferraría a lo que más quería: usar sus propios zapatos, quizás una falda amarilla y probar lo que todos andamos buscando, el amor, en todas sus formas y sentidos. Enfermaría tiempo después de reproches, de comentarios que juzgan, de burlas, de cuerpo. Estaría en un hospital de la mano a la que se aferró, con un diagnóstico sin solución, no me refiero al SIDA; enferma de amor, de valentía, quizás.
Como aquel artista principiante que cuelga su obra en el salón y desde una esquina observa las caras que pasan por su obra. Asustado, ve rostros confusos, alegres, enojados e indiferentes ante la mayor obra de la cual se enorgullece, su vida misma. Así mismo tú, Gaby. El amor habría que convertirlo en arte que muere, esa muerte que da valor a lo que rodea.
Hoy te narro historia porque contarte es darte valor, es darte voz, es colgarte en el salón. Arte para que sea expuesto porque te atreviste a ser valiente, tú misma. Después de todo, como diría Galeano, “Al fin y al cabo, somos lo que hacemos para cambiar lo que somos”, para ti y todas las Gabys que puedan habitar la existencia, hoy narro.
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