Cuando vivíamos entre leones blancos
- historiasamalgama
- 22 mar 2019
- 6 Min. de lectura
Por Valentina Muñoz Zúñiga
El pueblo estaba sumergido en el silencio de las cuatro de la tarde y solo se escuchaban los murmullos de los niños en el parque y el estruendo suave de los ventiladores funcionando. El silencio fue abruptamente interrumpido por el rugido de los leones y las llantas contra la carretera destapada. Los parlantes estaban anunciando la llegada del circo, y los niños, las mujeres, los borrachos jugando parqués, los trabajadores y los ancianos abandonaban la cotidianidad para entregarse a verlos pasar, en un ensueño que por esas épocas solo entregaban la televisión y el circo.

Los primeros años bajo una carpa
Yahir Suárez sabe que la vida ha cambiado, y que por lo tanto el circo también se transformó. Por eso hace unos años tomó la decisión de cambiar los animales por los dinosaurios. Yahir es propietario del Circo Gigante Americano, un circo que nació en la costa en 1987 y que ha recorrido Colombia y gran parte de Latinoamérica. Dejar a los animales en cautiverio fuera del espectáculo ha representado un costo de muchas maneras, pero sobre todo uno emocional.
Cuando Yahir habla del circo tiene que remitirse a su infancia en Sahagún, Córdoba. “Yo conozco el circo desde siempre, crecí bajo una carpa, provengo de una familia de artistas circenses. Mi papá, mi mamá y mis siete hermanos trabajamos en el circo en diferentes oficios”. Cuando estaba pequeño a Yahir lo mandaron a estudiar la primaria en su pueblo natal, mientras sus hermanos mayores trabajaban con sus padres, después empezó a aprender de todo: a ser malabarista, domador, motociclista. Y se quedó ahí aprendiendo de un oficio que llevaba en la sangre, en la historia de sus padres, y en su historia. Creció entre los camarines con su familia: “hacíamos una carpa de tres por cuatro, y ahí acomodábamos las camas que podíamos, dormía mi mamá, mi papá y mis hermanos, en otra carpa se ubicaba otra familia numerosa también, en esa época nos sentíamos todos como una sola”, recuerda Yahir.
Su padre entró al mundo del circo después de conocer a su madre, una mujer que como el mismo Yahir empezó sus primeros años de vida bajo una carpa. Cuando Yahir y su familia llegaban a un pueblo, sus hermanos y él se dedicaban primero a entrenar, a dividirse las labores desde la mañana, eran su propia escuela de formación. En el pueblo al que llegaban había conmoción, en las noches y en la lejanía los habitantes ya podían escuchar el rugido de los leones y los otros sonidos de los animales, y cuando no era así, aprovechaban la mañana siguiente para sacar la jaula de los leones por los barrios y revolucionar la cotidianidad de los habitantes.
Recuerda mucho la primera vez que salió de Colombia en camiones por carretera, primero por el Ecuador para llegar a Perú, Chile y Bolivia. Después y con los años se aventuraron a pasar por Panamá y recorrer todo el centro del continente hasta llegar a México. “En esa época era más fácil salir del país, era menos caro y las autoridades exigían menos requisitos y nos iba mejor porque por esos años la gente se veía atraída por los animales”, cuenta Yahir.
Cuando Yahir Suárez tuvo la edad suficiente, cuando creyó que podría decidir que hacer con su vida, realizó su primer emprendimiento, montó el circo en el 77: “Empecé con un circo pequeñito, lo monté con todas las dificultades, no tenía dinero, pero sabía de los circos y con trabajo logré sacarlo adelante”, dice Yahir. Por esos años fue domador, sobre todo de tigres y leones, con ellos empezó a traer más animales: caballos, ponis, llamas, percherones. Recuerda y piensa en algunos de sus nombres: Paquita, Pevel, Soacha y León XIII. Los animales llenaron el circo, desde siempre, y funcionaban como un imán para aumentar las entradas y los espectadores.
Yahir recuerda uno en particular, Milagros, una leona blanca que nació en Montería-Córdoba, la primera en su especie, que creció entre los ojos curiosos de los niños de varios pueblos, ciudades, y que Yahir domó durante algunos años. Por esos días la carpa del circo se llenó de periodistas y biólogos, todos ahí para ver su pelaje blanco, que es tan poco común en los felinos.
El circo creció, Yahir creció, su familia aumentó y un par de sus hijos se unieron al circo. Los hombres de afuera de la carpa también cambiaron, comprendieron nuevas cosas, transformaron las leyes, los trámites, las formas de entretener. A Yahir le quedó seguir agradeciendo, amando a los animales que le habían traído vida a su circo y que al final le habían permitido mantener a flote su negocio. Así también un día se sintió listo, como cuando inició y los entregó.

Una nueva escalera en la carpa
Los murmullos cesan y empieza la función, la carpa no está llena pero esta vez hay muchos niños. Están por todas partes, ninguno quiere quedarse en su silla y avanzan hacia el límite del escenario. Los adultos abandonan el pacto con la madurez y disfrutan en silencio del show. Los bailarines en los aires, los dinosaurios hablando con payasos, los transformers bailando canciones de temporada junto a los malabaristas, todos en un híbrido que de alguna manera funciona y llena de vida la carpa.
Afuera recibiendo las entradas está Yahir que ahora no doma, ni anda en moto, ahora administra y se dedica a hacer magia. Ahora les dejó a sus hijos esa labor, la mayor que vuela por los aires, y el menor que sabe hacer de todo, baila, actúa, anda en moto, tira chistes, también a veces hace de trapecista. Yahir como en su infancia, también se llevó a recorrer Latinoamérica a sus hijos. Viven en una casa rodante que trajo de Estados Unidos y que funciona con las comodidades de una casa normal, ahí en ese espacio también están creciendo sus nietos. Y aunque las cosas han cambiado bastante siguen siendo una familia de artistas circenses.
Desde el año 2013 entró en vigencia la ley que prohibió el uso de animales en los circos, “desde hace tres años no tenemos a nuestros animales, ellos hicieron parte importante de la historia del circo, por ellos muchos empezamos, no es mentira que fueron los atractivos más grandes, pero ese es cuento viejo ahora hay que ir por otras cosas, el espectáculo cambió y los seres humanos nos dimos cuenta de algunas cosas”, narra Yahir. Cuenta además que ese fue el problema para muchos circos que se centraron en los animales, pero se olvidaron de los artistas y sus formaciones, ésta según él, es la razón por la que muchas de las familias circenses desaparecieron: “tener artistas era más caro, uno pensaba que no los necesitaba tanto, pero en otros países eran el eje primordial del espectáculo”.
Yahir recuerda sus primeras reuniones cuando se expuso el proyecto de ley en el 2013, donde se reunieron todos los artistas circenses y dueños de los espectáculos: “Recuerdo que en ese momento pensé que era injusto porque en el caso de los taurinos no han podido acabarlo porque está involucrada gente de poder, y por eso en este país, nunca se va a acabar”. Para él en Colombia el arte circense es fuertemente discriminado no solo por la gente del común, si no también por el estado: “Usted va a Perú, a Argentina y los artistas tienen un valor igual a los artistas de televisión. Hay festivales de circo, en Mónaco es lo máximo en circo, van los reyes de Europa a ver el festival. En los circos se necesitan diferentes tipos de artistas, cantantes, músicos, gimnastas, la grima, muchos deportes y disciplinas nacieron en el mundo circense”.
Venezuela, por ejemplo, fue durante unos años, su tierra fértil, la gente atendía más a las funciones y los costos eran menores, como la gasolina y el alquiler de la tierra, con la crisis en la frontera no pasaron nuevamente. En Colombia es mucho más difícil hacer Circo, los trámites son extensos y el costo del alquiler de la tierra es por metro cuadrado: “yo no entiendo porque hay tantos trámites, llevamos un espectáculo de cultura para la familia, en Popayán por ejemplo me costó 10 millones por mes, la gasolina es una de las más caras del continente, y este es un espectáculo rodante”.
Yahir optó por adaptar su espectáculo, añadió algunos muñecos imitando a dinosaurios y carros mutantes, el monólogo de un payaso al que sin querer se le salen discursos políticos, malabaristas que interactúan con el público, y los espectáculos del circo de antes, los payasos y sus tragedias cotidianas, las bailarinas, y trapecistas. Consigue a todos sus artistas por internet, los hace ahora, parte integral de su espectáculo. Recuerda con melancolía y remordimiento el pasado del circo, pero no puede evitar pensar en sus animales, en su niñez, en la arena, la vida debajo de la carpa. Avanzar probablemente sea eso, recordar para seguir avanzando.
A pesar de las dificultades Yahir habla de la vida fuera del circo, pero no se lo imagina “si me retiro es cuando esté viejo o me enferme, de pronto así me dedicaré a otra cosa”. Para él lo que ha vivido con el circo es parecido a la propia vida “Siempre hay que seguir escalando, cuando ya no se sube, por un lado, se va por otro, se cometen errores, se aprenden cosas, pero uno sigue escalando para ver en qué número de la escalera quiere ir”. Con todos los cambios, hay que decir que la carpa sigue despertando sueños infantiles, recordándonos sueños posibles en donde se podía volar por los cielos, donde las fantasías eran reales al entrar en la carpa, y donde se podía crecer al lado de leones blancos.
En agradecimiento especial al Circo Gigante Americano,
y a Cacerolo que me tiró confeti en la función.
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