la deuda
- historiasamalgama
- 28 may 2019
- 2 Min. de lectura
Vamos a estar bien

Que en Hong Kong caen esas orquídeas rosadas al piso y en Popayán se secan las hojas amarillas en el pavimento, y que la poesía suena diferente en cantonés cuando se habla de los sueños. Po-pa-yán, Popayán un nombre extraño. Eso nos dijimos la primera vez que nos vimos, en el primer salón de clases de ese edificio viejo donde aprendíamos inglés. Que mi continente se te hacía extraño y puntiagudo, me preguntaste por los cortes que llevaban los hombres en el cabello, yo te pregunté si Jackie Chan estaba muerto. El segundo día llevabas la misma ropa, la misma sudadera y la gorra torcida, todavía olías a McDonald’s y a cerveza irlandesa barata, te reías de los chistes que hacía y fingías tener un acento norteamericano. Los raperos también son poetas me repetiste.
Ese viernes fuimos a la caja, a donde iban los pretenciosos a escuchar música que no entendían. No me gustó te dije, porque no se paraban a bailar, estaban todos sentados, y te burlaste de mí, no me dejaste enseñarte a bailar. De ahí vinieron los viajes en metro, las visitas a los punks que pedían dinero para emborracharse los viernes en la tarde y los festivales para comer platos dominicanos.
Me contaste sobre La deuda, un poema para tu papá, y me hablaste de su amor, de sus silencios, de la palmadita que te daba al final de la cabeza para saludarte siempre en la noche antes de irse a dormir, de todas las horas que no lo viste porque trabajaba duro, y cuando dejaste de recibir la palmada cuando eras un adolescente y empezaste a tomar decisiones, que nunca lo llamabas, que ibas a hacerlo cuando pagaras la deuda. Y yo te respondí que yo también tenía una deuda, que mi abuela me contó que abrí los ojos cuando salí de mi vientre para saludar a mi padre, que lo esperaba en la ventana hasta que llegara de trabajar, que él me había herido, que yo lo había herido. Que éramos jóvenes y estábamos perdidos, pero queríamos volver para pagarla.
Hoy no caen flores en los pisos de Hong Kong, o eso me imagino, en Popayán algunos árboles crecen amarillo. Escribiste, estoy bien. Volviste a casa, a ese apartamento pequeño color pastel, te imagino entrando a esa sala diminuta para presentar tus respetos y comer los panecillos de arroz horneados de tu mamá y te imagino sentándote a su lado para poder tocarle la parte baja de la cabeza.
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