La vida es un árbol
- historiasamalgama
- 20 ene 2019
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La entrada de la casa es un árbol, siempre un árbol. El de mi abuela fue mutilado un día a la mitad, por una plaga de gusanos que caían en las cabezas y en la sábana que se ponía en la terraza para la siesta. Cuando uno viaja a La Guajira, piensa que va al desierto y se encuentra con un tapete verde y cañaguates florecidos, me refiero al sur, al límite con el Cesar.
Los árboles están en cada entrada. Son la bienvenida, el anfitrión que recibe al invitado, son también el gozo de la sombra y del comer sus frutos si es que los tiene. Cambian según el paisaje. En la cabecera municipal, las calles pavimentadas se adornan de mangos de distintas clases: “manzano”, el grande y dulce, de hilacha, o “mango de puerco” como le dicen, pequeñito, que deja fibras en medio de los dientes y “azúcar”, el que se comen los niños con cáscara, el jugo llega a los codos. En los pueblos pequeños, los acacios y almendros reemplazan rejas de hierro y muros destinados a delimitar las propiedades.
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El árbol de cañandonga o jamanar, es el protagonista de una tragedia y dos cuasi tragedias, que por su efecto bien se diría que fue la muerte por varias horas. El tesoro que esconden sus frutos, una miel dulce, negra y de olor asqueroso tentó a María a encaramarse hasta lo más alto, desde donde cayó a la piedra en forma de cama que tenía justo debajo. Ese golpe, justo en la columna, le quitó el habla, las palabras no salían de su boca. El médico del pueblo el “Señor Leandrito”, le recetó una crema y unas pastillas, pero sólo fue hasta el final de día que pudo volver a emitir sonidos, a soltar el grito de miedo que se le quedó atrapado mientras caía.
Otro día, la vecina de enfrente, otra niña, se subió al árbol mientras llovía y al caer un rayo, el árbol lo partió en dos y la lanzó por los aires. Quedó inconsciente por el golpe y al despertar tenía el rostro inmóvil, que volvió a su normalidad solo con los días. La mejor amiga de su tía murió también por un rayo, que cayó justo en el árbol de mango en que jugaban ese día.
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Al iniciar la construcción, entre la mezcla de cemento, las varillas y los ladrillos, o después con la casa terminada, se siembra un árbol justo al frente. Ese árbol crece junto con la vida, con los hijos que van llegando, con los problemas que se superan, con la vida que pasa. Y es que entre más rápido crezcan mejor. Las mecedoras se ubican alrededor del árbol, tiempo después empiezan a llegar los vecinos. Puede ser cualquiera que vaya pasando y sea conocido, toma su silla o entra a la casa y busca una, se sienta y empieza la tertulia. Nunca hay suficientes sillas, pero tres de plástico son las vistas como necesarias. Las mejores parrandas han sido debajo de esos árboles de entrada, que aguardan a los músicos del sol en el día y en la noche proyectan sus sombras con la luz de las velas. No hay casa sin árbol, la sombra es la vida en medio del desierto.
Es un placer inmenso encontrar algo interesante en esta red. Ojalá nos sigan deleitando con su revista.