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Matriz

  • Foto del escritor: historiasamalgama
    historiasamalgama
  • 27 ene 2019
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 11 feb 2019

Una carta para Nane



Ilustración: Santiago Valencia


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Todos volvemos al lugar de dónde venimos, ya sea en forma de búsqueda o por accidente. Pero esa tarde milagrosa cuando la vi supe de inmediato que era un sueño. Mi nane estaba sentada diminuta y poderosa afuera de su casa de madera en alguna calle bullosa de Buenaventura. Era una tarde amarillenta y lloviznaba como cuando el cielo anda de haragán, y pensé “son las gracias del señor” como diría mi madre, la adivina, la sabia, la religiosa.


Me senté a su lado, mientras ella abría la segunda caja de Marlboro rojo entre sus manos. Miraba a la gente pasar de un lado al otro, y a la vez se quejaba de que la vejez eran calzones como regalos para los cumpleaños y un silencio infinito en las tardes. Después cambió de humor, como siempre, y empezó a contarme la historia de su vecina, la bruja del barrio. Movió sus manos como quien cuenta una hazaña peligrosa. Su amiga había cometido la audacia de hacerle brujería al narco que había matado a su hijo. Y éste después de una palidez que no le curaron los médicos, y de noches en vela escapando de las criaturas de su techo, la buscó para sentenciarla a la desgracia, a ella y a toda su estirpe.


Me la contaste como una fábula, como buscando que aprendiera una lección. Y entonces te pusiste nostálgica y me hablaste del negro cernido en cedazo tu primer esposo, mi bisabuelo, el padre de tus primeros hijos. Y me contaste como se despidió de ti esa tarde, y se fue, a ese lugar donde van todos los hombres atormentados. Pero tú decidiste quedarte para cuidarlos a ellos, y a los que vinieron, con otros hombres, o lavando ropa en el río para otras familias.

Y me dio por mirarte a los ojos y tenías la misma cara del cuadro, ese pequeñito que tenía mi abuela en su habitación. La única Nane que conocí, además de las anécdotas de mis tías, estabas mirándome indescifrable, serena. Y yo siendo una niña, te buscaba en la fotografía el lunar que yo tenía en el pecho, pero no sabía de dónde venía.


Nane, esa misma tarde, la del sueño, la del encuentro, y me desperté bendiciéndote. Benditas tus caderas, bendita la fuerza de tu matriz que trajo a mi abuela, Concepción Colombia o Conchita, la primera de tus hijas. La muchachita dulce que pario doce hijos y había descubierto el antídoto para transitar la vida, con gracia y amor después de todas las dificultades que se vinieron. Primero la pobreza, la muerte de mi abuelo, la perdida de uno de sus hijos. Con esa misma canción de la que viniste tú, de la que vino mi abuela, vino mi mamá, la última. Doce, como los apóstoles decía mi abuela, el número perfecto. Tu palomita, la más callada pero la más tenaz de todas, y que me trajo a mí también de tu misma poesía, de tu sangre. Una canción parecida a un bolero bailable, triste pero también bailable, porque tampoco te gustaban las soserías, tenías que cantarlo, pero con una sonrisa Nane.


Desde niña, cuando escuchaba sobre ti, lo almacenaba con cuidado, porque pensaba y pienso que nos quedan los relatos, y porque siempre fuiste el personaje de ficción más interesante de los difuntos en mi familia. Yo creo, que todavía estas, sentada en tu mecedora, afuera en tu casa de madera Buenaventura soñando también en mí y en mis primas, representando lo que no pudiste hacer, los sueños que te escondite porque en ese momento no podrían ser, o porque ni alcanzabas a imaginártelos. O tal vez en nada de eso carajo, tal vez solo estas fumando tranquila, esperando a la gente pasar mientras llovizna, pensando en qué cuento maravilloso te traerá alguna vecina.


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Revista Entropía 2020

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