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perfil de un músico y un sueño

  • Foto del escritor: historiasamalgama
    historiasamalgama
  • 20 jun 2019
  • 9 Min. de lectura

Actualizado: 21 jun 2019


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SE ES JAZZ: WILLIAM PÉREZ


Es docente, pero podría ser más que nada, música. Lo es desde ese día, a sus 7 años cuando vio esa pequeña organeta en la casa de un amigo y supo cuando la comenzó a tocar que era para eso, para la música. Que, en ese tiempo, de niño, comenzó a estudiar a los artistas clásicos, que fue conmovido por Bach, Mozart y Beethoven. Que asegura no ser un pianista, pero si un fanático del instrumento, que lo lleva a sus clases, que con él compone, que lo practica, lo estudia y ahora en sus toques como solista siempre está presente como un teclado sintetizador. Que comenzó con la guitarra al ser influenciado por el rock de los noventa y en los 2000 se enamoró de lo que es ahora: Jazz.


William Pérez es guitarrista graduado como Maestro en Música de la Universidad Javeriana. Ha participado en el Festival de Jazz al Parque en distintas ocasiones, varios teatros y clubes de Colombia lo han escuchado, como también Sudáfrica, Brasil, Argentina y Venezuela.  Es cofundador del sello de jazz nacional Masái y hace parte de la agrupación del ganador del Grammy latino Orlando El Cholo Valderrama y de la agrupación del artista Chabuco.


¿Y qué más se puede decir de William Pérez? Que al subir al escenario se centra tanto que no desvía la mirada de su instrumento, que al comenzar es pausado, pero mientras avanzan las sesiones de improvisación junto a la batería, el saxo o el contrabajo, sus notas son más frenéticas y envolventes. Que su ritmo es plasmado en Kharma Dharma, su primer disco como solista, inspirado en su etapa como vegetariano, practicante de la meditación e interesado en el budismo.


Que no es bogotano, pero habla como uno, que vivió en Arauca de niño, en Bucaramanga de adolescente, y ahora en la capital. Que fue influido por el llano, el flamenco y la música brasilera. También, por la ciudad, los escritores latinoamericanos, el cine y las manifestaciones artísticas sin tantas arandelas, ni clasismo, las que son de manera espontánea, donde todos pueden plasmarse.

Y William es el que se encuentra en ese espacio, donde todos pueden ser libres, donde todos pueden dar su punto de vista, donde emergen distintas clases de músicas, desde lo conceptual y sus notas influidas por el folclor colombiano hasta donde lo académico y lo sinfónico tienen un lugar, porque en esos cafés, en esos festivales, en esos conciertos entran todos, incluso, y sobre todo él, William Pérez, que tiene ojos rasgados y espesos, cejas gruesas y es calmado al hablar, incluso cuando lo hace sobre Jazz.


¿Y qué le espera? Una gira por Italia junto a Chabuco, una temporada de festivales donde se verá en las tarimas de Jazz Parque, Pasto Jazz, Mompox, y la IV versión del producido por Masái. Y un disco, el segundo como solista, que por ser autogestionado ha sido lento de grabar, pero ahora está completamente escrito y ensayado. ¿Y qué lo inspira? Un viaje, un lugar de África donde escuchó la música tradicional de la región que a lo largo de estos años se ha mantenido intacta.


Orgulloso de tocar, de vivir de ello, de dejar huella y de disfrutar practicando y formando. Existe cuando improvisa y se une a las notas de manera rápida y lo seguirá haciendo más que nada, porque más que nada William Pérez es música, y esta música es el Jazz.


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VOLVER A VENUS


Daniel Montilla es músico y productor, estudiante de Licenciatura en música de la Universidad del Cauca y vocalista de la agrupación Toster.


Quiero ir a Venus, mi planeta mi lugar, a comer un huevo frito donde mi mamá. La vida es distinta aquí en este planeta de cristal, porque siempre espero y espero el momento, y no sé cuál es el correcto.

*

Para Daniel Montilla siempre hubo música, la conoció cuando tenía cuatro años, su papá le pasó un par de maracas, le enseñó a moverlas, posicionarlas en sus manos, mientras él tocaba la guitarra acostado sobre la cama. Su papá fue cantante de tríos y le enseñó a regalarla, a componer para la familia, para los amigos, para su mamá. A los cinco tuvo contacto por primera vez con la flauta traversa y entró a estudiar en el instituto INCA, después de eso aparecieron los tambores y la chirimía. Cuando estaba en bachillerato escuchó a un grupo de sus compañeros y ese sonido terrible le presentó la batería. Salir a caminar, tocar la batería, montar bicicleta, viajar, escuchar Green Day, la banda de Punk rock que escuchó por uno de los exnovios de su hermana mayor, fue por mucho tiempo su universo musical y lo que alimentaba sus creaciones.


Más adelante se mudó a Bogotá para estudiar música, y en la universidad empezó a experimentar con ese mismo universo, con los sonidos que había dejado atrás en Popayán. Ese momento fue uno de descubrimiento y caos. Le decían “toster”, alguna vez uno de sus compañeros lo llamó tostado en uno de sus experimentos musicales y se quedó así para sus amigos. Continuó con la chirimía y formó una junto a un grupo de amigos y el profesor Julián Gómez: "chiripipián”.


En una de sus salidas para una presentación le pegaron siete puñaladas para robarlo, pero fue dos años después que se hicieron visibles las consecuencias. Una herida en el diafragma que se agravó lo dejó en coma por 20 días y después de una peritonitis es tratado como paciente terminal.

*

La música siguió presente ese día frente a los profesores de Asoinca, Daniel canta en frente del auditorio sobre un planeta al que pudo volver. Para llegar a ese momento pasó por 80 cirugías en cinco meses, lo que equivale a estar cada semana tres veces en el quirófano, una serie de preinfartos y mucho tiempo recluido en la UCI. Y fue una petición de su mamá maestra y la asociación la que permitió que recibiera mejores cuidados en Cali, pasarse de COSMITET a Valle del Lili.


Después de una serie de quimioterapias, antibióticos y cirugías, la depresión se hace más fuerte, la concentración y el cerebro empiezan a fallar, por eso en Valle de Lili los pacientes terminales pueden distraerse lijando madera o pintando, pero Daniel volvió a escoger la música y los médicos le permitieron entrar una interfaz, unos audífonos, un bajo y una guitarra. De esos momentos de soledad y conversaciones consigo mismo nacen Quiero ir a Venus y La muerte no requiere coraje, canciones que empiezan a construirse en el estado de coma y se hacen materiales en la UCI, el planeta de cristal. Una mezcla de las experiencias vividas en el hospital, sus sonidos antinaturales, los constantes pitidos, los viajes, los sueños experimentados en el coma, y las nostalgias de la vida pasada.


Después de eso, un nuevo nacimiento personal y musical, volver a comenzar la universidad en Popayán, descubrirse a través de lo vivido y sufrido. Así nace la oportunidad de formar Toster, una agrupación conformada por Fredy Molano en la guitarra, Enmanuel Lasso en el bajo, Camilo Conga en la batería y él como la voz principal, esta vez dejando las manos libres para dejar de esconderse, seguir adelante y pararse en frente del público. Volver a ser músico pero diferente, con más pasión, con un propósito, con las preguntas y respuestas que deja encontrarse de frente con la muerte, y las decisiones que deja enfrentarla con coraje.


Encontrar en el interior la fuerza para perdonar, amar y traducirlo en la creación artística para hablarle a otros, para hablarse a sí mismo. Andar por la vida en bicicleta, pero esta vez sin rueditas. La música se convierte en una herramienta para salvarse, para preguntarse, para cambiar y redirigirse a otro camino. Una herramienta para descifrar otras vidas, otros mundos como Venus, escribir sobre volver a casa, esperar el arroz con huevo que hace mamá, volver a empezar.


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UN PEZ DE RÍO


Carolina Ramos es cantante y compositora huilense. Ha participado en concursos como Musa de Oro, Antioquia le canta a Colombia y el Festival Mono Núñez.


-No se miente al lado del río Magdalena, no señora ¿sabe por qué? Porque en un principio el espíritu de Dios se movía sobre las aguas y eran esas aguas.


El maestro Jorge Villamil, grande de la música colombiana, le dijo así a Carolina, cuando sólo era una niña y jugaba con una amiga, bajo un caracolí, a presumir proezas mentirosas de sus papás. Todo junto al río Magdalena hecho literatura, historia, canciones, convertido en musa, en tiempo. En ese preciso momento comenzó una historia de respeto, amor y devoción por el río de por vida, y por la música detrás de ese hombre, de sus palabras y sentires.


Desde la cuna respiró música brasileña, bandolas, tiples y voces que la hicieron soñar una vida para el canto desde los 4, un canto a escondidas en su adolescencia en Neiva, pues su papá, músico de alma y corazón, no aprobaba ese destino. Decidió entonces colgar un diploma de Psicología en su casa, para después irse a cantar de feria en feria, y el primer día de clases se encontró en medio de un guitarrista putumayense y un bajista antioqueño, al que se unió un saxofonista chocoano; “Los calzoncillos rotos” querían hacer rock pero terminaron inventando el “tropirock” en esos años.


Carolina dejó la música por un tiempo, pero la música no la dejó a ella. En la Fundación Baracoa, en Garzón-Huila, empezó a cantar y a componer de nuevo y conoció a Juan, un amor que empezó siendo clandestino, con canciones dedicadas a escondidas pues ambos eran músicos, de amarse al ciento por ciento con la certeza de que nada es para siempre; ese siempre ya cumple 11 años, dos CD´s y dos hijas.


La criaron para cantarle al Huila, escribirle al Huila, amar al Huila, hacer respetar al Huila y tuvo que salir del Huila por la violencia, llegar al Cauca y ser un pez fuera del río, pero fue gracias a Gabriel Coral, a cantar en Son manicomio, lo más bonito que le pasó en la vida, que conoció a las personas que quiere y que aprendió a amar el Cauca en sus canciones. La música tiene sus propósitos porque está viva y en medio de sus viajes por las veredas caucanas, mientras el carro se esté moviendo las canciones van fluyendo, naciendo de esas montañas, árboles y aves. Volver es Carolina y Carolina es volver, en medio de un síndrome del migrante, volver al lugar del pasado sin dejar el lugar del presente.


Se compone sintiendo mucho. Con la Psicología aprendió a sentir el dolor, el amor del otro, mientras sus pacientes contaban sus historias impactantes, en su mente se recreaban canciones y escribía sus estrofas. De esta capacidad y éste don nació “Canciones por encargo”, empresa que ofrece tesoros grabados en su voz como regalos destinados a hacer perdurar los sentimientos. Ese sentimiento de sentirse incompleta, de querer volver dio origen a una canción, un amor correspondido a veces, el origen de otra, que no fue entregada a su destinario, pero que logró el segundo puesto a mejor obra inédita en el Mono Núñez. La mejor canción del año 2017 de los premios Musa de Oro en Itagüí fue una dedicada a una soledad, a un cuerpo presente pero una mente distante, a una traición.


Para Carolina las canciones son como los hijos, se quieren igualito y por igual, pero “La hija del serenatero” es más que especial. En su adolescencia pretendían hacerle bullying llamándola así, algo inexplicable porque es el serenatero el responsable de celebrar la vida, juntar parejas, despedir personas. Una canción tan personal llegó a servir de identificación para hijos de plomeros, de vendedores de plaza, orgullosos de lo que son, y de la hija de Carolina, que también es hija de serenatero.


Con su música permite el juego con el jazz, con la improvisación y las mezclas de música del Huila con música afro del Cauca, los bambucos patianos, mixtura que la gente joven ha acogido, más allá de la música comercial. Las canciones de los juglares del Huila si se dejan como están, como son, porque su papá le enseñó que así se deben tocar, y así es ella, raizal. Y lo es tanto, esta mujer que necesita mirar a su público y hacer contacto con ellos en los conciertos, que de lo que se siente más orgullosa es cantar y que haya todo un pueblo orgulloso de ella como su hija, no de los premios ni los trofeos, sino de que su gente diga que su música es de allá, así no la conozcan.


Sus sueños ahora ya no son los de niña, de llenar estadios y viajar por el mundo, sino entregarse al sentir que de que es el vehículo y el deseo de que la música haga con ella lo que quiera, que Dios le dé voz para seguir cantando, sin mayores pretensiones; su único sueño es volver, volver siempre a casa y ver a su papá tocando el tiple y a sus amigos la bandola y la guitarra sin pretensión ninguna sino dejándose llevar por la música y ver que su viejo se sale del pecho cuando la ve, así gane o pierda, así venda o no.

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Revista Entropía 2020

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