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pruebas de la vida

  • Foto del escritor: historiasamalgama
    historiasamalgama
  • 21 ago 2019
  • 3 Min. de lectura

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LLegué al hospital muy temprano siguiendo las indicaciones al pie de la letra -estaba en embarazo, tenía dolores bajos fuertes y necesitaba entrar por urgencias- además, cargaba con dos pañales desechables, ropa de cambio y una carta de autorización, en caso de que quisieran poner inconvenientes; podía ir con acompañante, pero no tenía, quizás porque me daba vergüenza decirle a quien me podía acompañar o porque quien debía, solo me presionaba a hacerlo a muchos kilómetros de donde me encontraba.


Para ser sincera no estaba segura de la decisión que estaba tomando, pero quisiera no haber sentido la presión y desapruebo de los desconocidos con los que me encontraba, para sentirme tranquila de lo que estaba por hacer, después de todo, por algo había llegado hasta ahí.


La dichosa carta me la habían dado una semana atrás, luego de pasar por un centro de asesoramiento, dos psicólogos, otro centro médico, un ginecólogo, un médico general, y otras dos ecografías que constataran el tiempo de gestación, pues al parecer, la que llevaba “no parecía real”.


Y ahí estaba, subiendo las escaleras hasta el último piso, pensando en los peros de mi decisión, convenciéndome del diagnóstico del médico: el embarazo no planeado estaba afectando mi salud física y mental,una de las causales por la que aprueban el aborto en éste país.


Busqué un espacio para hacerme entre las mujeres que aguardaban para estar pendiente de cualquier novedad, pero la tensión de la situación no me ayudaba a mantener la compostura, así que salí a esperar en el pasillo, ahí presencié una escena un poco diferente, pero imposible de olvidar. Una niña de unos 15 años con su uniforme colegial llorando porque no quería hacerlo, junto a ella la que al parecer era su madre diciéndole con algo de severidad que estaba haciendo lo correcto y que luego se lo agradecería e inmediatamente dirigiendo sus palabras a otra niña de unos 17 años y a su novio, agradeciendo por acompañar a su hermana en ésta “penosa situación” y pidiendo que se protegieran para no pasar por lo mismo.


Una de las enfermeras me llamó y me pidió que siguiera a otro cuarto en donde se preparaba para salir otra de las mujeres del grupo, que afirmaba mantenerse en su decisión, la enfermera que esperaba me recibió y dijo que tendría que firmar una autorización, que la leyera detenidamente pues era un procedimiento riesgoso el que me iban a practicar e intento explicarme superficialmente que por el tiempo que tenía de gestación podría darse el caso de que el feto saliera con vida por unos instantes, luego fue algo más detallista al explicar cómo algunos salen aferrados a su madre “como con la esperanza de vivir” y al notar la impresión que había causado en mí, que en ese momento ya estaba inmersa en el llanto, me preguntó que si estaba segura de mi decisión, me habló de sus hijos, de las pruebas de la vida, de lo fuerte que vuelven a una mujer, me habló de Dios y hasta de las mujeres que como yo habían llegado con dudas hasta ahí, pero que se habían arrepentido en el último segundo, me dijo que no firmara aún, que saliera a leer el documento al pasillo, me tomara un momento "sin presión" y luego volviera.


Actualmente tengo un hijo al que no fui capaz de evitar conocer, que como dijo esa enfermera, me llenó de berraquera y decisión, y aunque en mi caso y por la indecisión que tenía, opté por cambiar, es inaceptable la situación en la que, bajo la presión y el rechazo social, someten a miles de mujeres a pasar por éste proceso que más que dar acompañamiento, consiste en hacer valer sus derechos y respetar su decisión, y no en llenarlas de remordimientos y culpas.

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Revista Entropía 2020

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