Sagrado rostro
- historiasamalgama
- 21 abr 2019
- 1 Min. de lectura

Se asomaba desde un balcón y miraba extasiada las luces, el gentío, la calle. La elegancia de las mujeres en sus trajes, de las velas, de los hombres de alpargatas. La banda tocaba tan fuerte que sentía que las vibraciones del redoblante las llevaba por dentro, le encogían el corazón. Se sentaba luego afuera en una banca y sólo miraba: la lluvia cesaba, la luna brillaba alto para adornar las fotografías, pero la gente no callaba. Un zumbido de abejas rodeaba la majestuosidad y la exuberancia, hasta gritos y llanto. Ella tan pequeña empezó a ahogarse en la multitud, a sentir herida su forma sagrada de estar ahí, empezó a tener miedo. Y vio entonces cómo las figuras inmensas amenazaban con caer sobre ella, o peor aún, con bajar hasta dónde ella estaba y llevarla allá arriba, con arrebatarle la voz.
*
Las figuras explicaban lo que siempre había leído, un martirio y una muerte, un dolor y una alegría. Amaba el rito, pero creció y comprendió, o dejó de comprender. Huye del dolor en los hombros, del peso en las manos, de la solemnidad fingida, del murmullo. Dejó también de tener miedo, lo que siente ahora es “repelús”, repelencia. Desde lejos observa y desea en el fondo que ojalá los inmóviles pudieran expresar todo eso que hay en sus sagrados rostros pintados, pudieran llorar, gritar de dolor, de traición y de muerte, son ellos los castigados, los penitentes que no pueden sentir, que no pueden tener miedo de los otros o de sí mismos, de caer y romperse.
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