Si 9 dice no, 10 dice que sí
- historiasamalgama
- 28 jul 2019
- 2 Min. de lectura

- ¡Queremos dos millones! ¡Queremos dos millones!
Una risotada de doblar estómago revienta el parque y como buena risa, es contagiosa. Ana Silvia y Estela están en esquina y se ríen, amigas de toda la vida, de una historia de sordera y malentendidos, como la que avanza en la protesta que exige:
- ¡Queremos soluciones! ¡Queremos soluciones!
Ana Silvia es una mujer negra de El Bordo, “un Cali chiquito” como le dice Estela, de turbante y gafas blancas en la cabeza, Estela es una valluna alegre, ambas salseras y ansiosas de tirar paso, incluso a las 11 de la mañana y a la vista de todos. Sonido bestial – Esa canción no es que empiece pa’ que se termine, uno bailando no la siente-, Agúzate, Yaré –Ya regresó Yaré, buscándome, llorándome-, y en Barranquilla me quedo sonaron en el parque mientras ellas bailaban solas y en pareja, moviendo los brazos y cantando, hablando de Patio Afuera en la tercera, de que allá usté va sin arremuescos, sola, sin parejo, de que para qué llorar por lo que ya se fue, de que Dios es grande y misericordioso.
Ana Silvia se ríe diciendo que celebró su regreso a la vida hace dos años, con una rumba y un baile con su esposo, después de cuatro años en depresión por las quimioterapias del primer trasplante de médula que le hicieron, y baila hoy celebrando que ayer la llamaron para confirmarle el segundo trasplante, que ya mismo iba para quimioterapia, iba bailando. Tiene una casa en el Bordo en dónde recibe gringos, venezolanos, de todo, no se cobra el hospedaje, todos ponen para lo que se necesite.
Estela dice que la gente vive amargada porque le tiene miedo a hacer el ridículo, que a uno no lo enseñan a reírse de uno mismo, por eso a ella no le da pena ponerse a bailar dónde sea –Todo el mundo furioso con Nairo Quintana porque no ha hecho nada, yo creo que esa gente tiene es frustraciones-, - Es lo mismo con el fútbol, dizque ¡métalo, ¡métalo!, pues métase usté y lo hace- responde Ana Silvia.
Resulta que Ana Silvia le pregunta a Estela que ella cómo se llama, que dónde vive y Estela le responde. No se conocían hasta que ambas en la esquina del parque, hace media hora, se preguntaron qué sería la bulla, y después de una anécdota arrancaron a reírse. Llevaban más de diez minutos abrazadas y hablando de la vida con una complicidad de almas parecidas, de risas contagiosas, de actitud y goce de estar vivas. Se abrazan de nuevo para despedirse, Estela la bendice para que sane, Ana la invita a su casa y le advierte que como dice su hijo - Si 9 dice no, 10 dice que sí-.
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