sobre el miedo
- historiasamalgama
- 29 abr 2019
- 2 Min. de lectura
Esta historia no me la inventé

Esta historia la escuché en una salita de espera de una escuela de conducción. Había ese silencio particular de las siete de la mañana, la canción de todos los rencorosos que tenemos que levantarnos temprano. La escena era extraña, la sala estaba casi vacía: una secretaria, dos escoltas, un General del ejército y yo que me dedico a escuchar. Estábamos los dos esperando a los instructores para iniciar las clases. El general me habla y yo me asusto, me pregunta por mis clases, que cómo me llamó, que si ya sé conducir. Le respondo que no y le hago las mismas preguntas, me dice que tiene miedo, que es su primera clase. Le muestro mi sorpresa, y me confiesa que siempre tuvo quien lo llevará a donde quería, excepto por esa vez que intentaron matarlo.
El General es de esa clase de hombres que pregona que no le tiene miedo a nada, la clase de hombres que llamas para matar una cucaracha, para salir de un problema, o como protagonista de una película de acción. Eso no me da miedo, eso no me da miedo, eso tampoco. El General sabe que no siempre fue así, que antes de entrar al ejército había cosas que temía perder, pero después ya no. Que en la academia aprendió que podía perder, luego le dieron un brebaje, pólvora y licor para perderlo por completo. ¿Un brebaje para perder el miedo?, lo necesito le respondo, me dice que no es como parece, que el miedo puede ser necesario.
Ese día el General iba en la parte de atrás de una camioneta, sus escoltas lo conducían por una de las zonas montañosas del país. Las balas llegaron desde arriba y una serie de disparos acabó con la vida de sus conductores. El carro alcanzó a llegar a la zona selvática, el General los sacó de sus puestos y se sentó al frente del volante, no sabía como hacerlo y de eso dependía que no lo mataran, aún así seguía sin una pizca de miedo. Se bajó de la camioneta y corrió en busca de ayuda. Lo que pasó después no me lo contó o los detalles dramáticos de como escapó. Solo que esa tarde se preguntó por él, y lo que había sentido, esa mañana había sido sentenciado a morir y se había salvado sin sentir nada. Esa tarde se hizo dos promesas, recuperar el miedo y aprender a conducir.
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