TODO LO QUE SE DESMORONA
- historiasamalgama
- 15 jul 2019
- 2 Min. de lectura
A Diego que me contó esta historia comiendo helado sobre la carretera

Ese día iban navegando en bicicleta contra la tierra mojada que les salpicaba las rodillas. Diego había decidido no volver a su casa después de que su mamá lo llamara para ir a un velorio. Iban rápido sobre las últimas colinas de la vereda, riendo y sin percatarse de las advertencias de las vecinas: -¡esos niños van a descalabrarse!, sentenció la última mientras uno de los niños caía sobre la mezcla de piedra y tierra. Diego creyó verla entre el llanto de su compañero, se encontraban de nuevo, esa sensación, ese fantasma viejo: un vacío en el estómago, las palmas sudorosas, la vida escapándose del pecho.
*
Diego y la muerte se conocieron en El Plateado. Esa mañana su mamá se levantó a preparar las gelatinas y helados que vendía en el colegio de enfrente, estaba nerviosa, ese mismo día a las cinco de la mañana un golpe les había advertido: - no vayan a salir, algo va a pasar. Pero habían pasado varias horas en la calle y nada había sucedido: -Camine vamos para la casa que hay que trabajar y esas son ganas de meternos miedo, había dicho su papá cansado. Al medio día su mamá había entrado la ropa porque iba a llover, dejó a Diego entre la pequeña selva de su patio que había construido para no olvidar la tierra donde había crecido; su instinto, cuenta ella, fue lo que lo hizo llamarlo, minutos después una bomba se llevó toda la puerta de la casa.
De eso no recuerda mucho, solo un silencio que su mamá presagió para los días siguientes cuando pudo verle la cara de frente, a los siete años, en la pequeña selva de su mamá cuando un soldado yacía muerto después de ser baleado. Después de ahí la veía en todas partes, antes de que viniera en los familiares enfermos, en las noches antes de los enfrentamientos, se le pegaba como una fiebre que lo dejaba somnoliento varios días. Tampoco lo abandonó esa noche cuando sus papás tomaron algunas cosas y dejaron ese pueblo para siempre.
*
La tierra mojada se mezclaba con el café en la rodilla del niño, el llanto y el olor devolvieron a Diego a la tierra ahora que observaba en silencio a su mamá mientras esta masajeaba la rodilla de su compañero. Juntos lo levantaron, de camino a la casa no le dijo nada, lo limpió con el agua de lluvia del patio, lo ayudó a vestirse y le dio de comer. Esa tarde Diego acompañó a su mamá al velorio, mientras ella lo miraba y reconocía viejos fantasmas. Le apretó la mano antes de entrar a la casa de la vecina, como un salvavidas, como ese medio día en el Plateado, como en esa noche en la que se fueron, como cuando todo volvía a desmoronarse, le apretó la mano como siempre.
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