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La historia sobre un jueves

  • Foto del escritor: historiasamalgama
    historiasamalgama
  • 22 ago 2018
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 11 feb 2019


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Mi tía estaba en un pueblo cercano, nosotros viajamos a recogerla. Yo no pensaba en ella, estaba en medio de otros asuntos, cosas sin importancia. Fue un recorrido largo y ella lo sintió, estaba nerviosa e inquieta porque mi cuñado no paraba de zig zagear con carros y tractomulas. Hace dos días venía repitiendo que quería estar en Popayán y al llegar todo cambio para ella, no pudo caminar y manifestaba incesantemente que no la dejaran sola. Mi madre durmió allí esa noche y en la mañana me confesó, como si fuera un secreto, que mi tía ya estaba muy mal, que decía cosas extrañas: "mi papá estaba por acá", me voy a ir con mi mamá", "hoy estoy cumpliendo años". Yo creí que esto sería como otras exageraciones y que seguramente estaba bien.


En la tarde fui a visitarla y encontré a una mujer completamente distinta, no podía fijar la mirada, no enfocaba y no me reconoció. Atardeció, el cuarto se pintó de naranja, alumbrando así a mi tía en la cama ya durmiendo. Yo tomé su mano hasta que el sol cesó.


Siempre pensé que podía sanar, que el cáncer sería diferente en ella, que subiría de peso y nos cocinaría ese ajiaco delicioso que nadie puede imitar; imaginé que podría volver a caminar, a revolotear y le contaría a sus amigas que ya podía comer como antes; imaginé que esto era una etapa, que llegaría el fin de semana y tendría sus mensajes de bendiciones y sus llamadas perdidas.


Bastaron dos días para que me llamarán a decir que su sueño no era normal, que no dormía. Estaba en coma. Fui a verla. "Tía linda, tía bella, todos te amamos, no tengas miedo, vete tranquila", le dije al oido cuándo comenzó a gemir.


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Revista Entropía 2020

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