Ver a Ana llorar
- historiasamalgama
- 19 abr 2019
- 3 Min. de lectura
Por: María Paula Barros Ordoñez
(Leer rápido, por favor)

Se ve azul. Ana a través de la ventana lo ve todo azul, y quizá fue porque tuvo mucho tiempo los párpados cerrados y el mundo de color rojo. Damos tres pasos y nos acercamos mucho a ella para detallar las costuras de su camiseta. ¿Alguien más lo quiere así como yo lo quiero? Probablemente nadie, Ana, pero esas cosas pasan todos lo días. Y a pesar de que lo ve todo azul, el clima es un tanto tibio y eso hace que el corazón no se le haga más pequeño de lo que ya lo tiene. Ana, no ames tanto, Ana, por que si lo haces te vas a sentir demasiado perdida. Entonces baja la mirada y se aleja de donde estábamos para poderle ver las costuras, pasa debajo del bombillo y se asusta con su propia sombra. Exhala. Exhalo.
No te asustes, Ana, solo te estamos contando. Me parece bien, ¿Ya hablaste de mi voz? No, eso no se puede, cuando se narra no se alcanza el color de la voz. Exhala de nuevo, se pone a caminar alrededor de la casa porque se siente quieta y con los pensamientos muy rápidos, ¿Será que alguien? Se pregunta, se piensa a sí misma, siente pena de imaginarse cómo la estamos viendo. Ana, no ames.
¿De verdad eso es lo que quiero decir?
No sé qué es, pero no se me dará. O eso me lo dice el temblor de mis manos. ¿Acaso los pensamientos no se cansan de correr siempre por un mismo lugar? No, si yo no me he cansado de caminar todo este tiempo por la casa, los pensamientos tampoco lo harán. ¿Por qué nunca la llevó a un motel que tuviera jacuzzi? Ana no lo sabe, pero se lo pregunta demasiado, no entiende por qué el tiempo nunca alcanza. Ahora la vemos a los ojos y ella no se da cuenta de que estamos ahí, mientras ella mira a todos lados, se detiene unos minutos en el espacio en que estamos nosotros, luego sigue. Pensamos en las venas brotadas de su esclerótica, en lo oscuro de su iris, en las venas de sus párpados, en sus pestañas pegadas. Ana, deberías limpiarte los ojos, se te ven horribles.
Ana va a mirarse al espejo y se limpia los ojos, es verdad, la tristeza le hace demasiado daño a la cara. Pero no tanto como a la estrella que conocimos. Se llama Estrella porque a nadie se le ocurrió algo más que estuviera muy muy lejos y aun así brillara. Cuando ella lloraba le tocaba ponerse algodón debajo de los ojos. Llorar tenía reglas y prohibiciones: si lloraba tenía que ser poquito, y no lo podía hacer en algún lugar que no fuera su casa. Pero llegó un día en que Estrella mandó todo a la mierda y siempre salía con los bolsillos repletos de bolitas de algodón. ¿Dónde estaba ella ahora? Ana, recuerda que ella se fue hace unos días y te dijo que qué alivio ser tú, tú puedes llorar y no te quemas la cara.
Ana llora, llora tanto que de nada sirvió que se limpiara los ojos, ahora su cara se ve terrible y ella solo llora. Grita un poco, pero nada que no se pueda confundir con alguien que canta emocionado un pedazo de canción. Vemos su boca, tiene las babas muy viscosas y ¿Te has dado cuenta de lo rojos que se ponen tus labios cuando lloras? Sí, y eso me gusta. No, claro que no Ana, los labios rojos no se ven bien cuando, además, están partidos y tienes las babas viscosas.
Se te escurren los mocos, Ana.
Coge un papel higiénico, se limpia la nariz y los pómulos, siente ganas de escupir. Se quiere escupir y escupe al espejo. ¿Cómo es posible? ¿Cómo? ¿Por qué? No sabemos, Ana. Sí, claro que sí sé. Siempre supe que nada es lo que parece, que lo que fácil viene fácil se va. Oropel. Cafela. Flor de plástico. Leche deslactosada. Lo público. En fin.
Ana se calma un poco y ahora todos respiramos pasito.
¡Nos mira! Silencio. ¿Sabes? La verdad es que prefiero llorar sola. Pero eso significa que hay que acabar el cuento sin un gran final. ¿Te das cuenta?
No dice nada y nos vamos. Siempre ha sido mejor irnos. Y aún así, Ana, por favor no ames.
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