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Viaje de Hastío

  • Foto del escritor: historiasamalgama
    historiasamalgama
  • 13 may 2019
  • 3 Min. de lectura

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Iba yo aferrándome a la espalda de un mototaxista, en una carretera de barro puro, llovía mucho hacía varios días. Nunca había estado allí y sin embargo, el paisaje me hizo sentir que amaba el Cauca, lo que conocía y lo que aún no había visto, ese río entre montañas, el cielo nublado. Estar en Balboa, Rosas y Mercaderes, había comenzado siendo una tortura, mental y emocionalmente estaba desgastada y agotada. Saber el esfuerzo que ese viaje implicaría, en uno de los peores momentos, me hizo detestarlo desde el principio. Era trabajo, no un viaje de placer, esos llenos de comodidades y atenciones, esos que usamos ahora como “retiros” o escapadas a los problemas, a los daños, a las heridas, al tedio, al aburrimiento, al no saber qué hacer con la vida. Es usualmente la playa el destino predilecto, y quería ese viaje. No fue lo que obtuve.


Un proyecto de mujeres campesinas, afros e indígenas, de producir y mejorar su vida y la de su gente a través de cultivos y cría de animales, era el motivo. La primera parada fue Rosas, nos recibió un desayuno que no esperábamos, pero anhelado después del viaje y la revoltura de tripas. Caminamos demasiado por una trocha, mi compañera entró a un gallinero y terminó picoteada por los pollos, mientras ella los retrataba. No recuerdo los nombres de las veredas, solo el paisaje y el sudor, la gente saludándonos, sonriendo. Vi por primera vez un cultivo de maracuyá, nos contaron que era la primera cosecha, la anterior se dañó y como buenos campesinos, no se iban a rendir.


El calor del Patía y de El estrecho, mi mareo y las profundas ganas de no estar ahí, hicieron de Mercaderes algo difícil. Sin haberme subido nunca a un mototaxi, emprendimos el recorrido por una carretera destapada. No hace falta decir el color que teníamos al final, ni cómo nos recibieron. Los galpones llenos, jugo y abrazos. Uno del que un cuy hizo parte, pero ahí mismo quiso escapar. Es en vano y un cliché pretender decir que el regreso fue mágico, por un paisaje de montañas y en medio una meseta con una sola casa, en la vía, a toda velocidad, se veía la lluvia aproximándose sobre todo. Parecía no moverse, una pintura tal vez, una visión no cambiante, que solo permitía un soplo húmedo en las mejillas.


Balboa y el mareol. También en moto llegamos a las veredas, subimos montañas entre cultivos de café y tierra mojada, sólo por fotografías y conversaciones. Pollos y peces en un lago, y caminatas entre árboles mejoraron mi estado. No fue hasta que regresamos, que el río Patía y el cielo de los parapentistas, cambiaron todo hasta ese momento. No conocía más allá de Silvia y del recorrido a Cali, no conocía a nadie que no fuera de Popayán o sus alrededores, y puedo decir que ese día conocí el Cauca, no de nombre, no de paseo, sino en las personas y en el paisaje.


Cambié en medio de la dificultad, me ví capaz de lograr y hacer aun sin las fuerzas ni las ganas, y me sentí libre en medio de todo, con el placer de vivir dónde vivo, de ese frío y ese calor, del esfuerzo, del cansancio, de las náuseas. Tendré que volver, con más tiempo tal vez, tal vez el Cauca me haga distinta por completo, solo con estar ahí.

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Revista Entropía 2020

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