viernes de tusa
- historiasamalgama
- 30 dic 2018
- 3 Min. de lectura

Hoy todo me recuerda a ti, las calles de mi pequeña ciudad son una pesadilla para mi mente. Recorrer los múltiples cafés y restaurantes trae a mi memoria las noches que pasamos juntos. ¿Recuerdas nuestra primera cita? Llegaste con chocolates para mí, decidimos caminar a una cafetería barata y después hablar hasta muy tarde. Nunca imaginé que me gustaras o te gustara en un futuro y llegáramos a durar cuatro años.
Nunca me volví a sentir como en esos días, cuando encajabas perfectamente en mi personalidad, en mis planes y en todas las facetas de mi vida. Solo hacías falta tú para que me recorriera un sentimiento de felicidad efímera que me hacía sentir distinta a todos los que me rodeaban. Las historias comenzaban a tener significado, las canciones, los libros y las películas hablaban de ti y el mañana existía inherente a tu compañía.
Podía pasar mucho a nuestro alrededor: las peleas en el hogar, las discusiones en la universidad, las crisis existenciales, pero tú estabas ahí, mi más íntimo amigo. Fue distinto en noviembre, yo estaba acostumbrada a tu apoyo, tus palabras, tus abrazos que significaban que estaría bien. Terminar sería despegarme a esa costumbre de confiar en mi compañero.
¿Recuerdas cuándo todo comenzó a estar mal? Noté como te ibas alejando y como dejabas de sentir: íbamos en el auto rumbo a tu casa, mis historias largas sobre cosas minúsculas de la vida eran más aburridas para ti, no respondías a mis preguntas, no percibías que dejaba de hablar de manera abrupta, simplemente no estabas ahí. Te pregunté entonces qué te pasaba, que tú falta de interés era muy evidente, que me dijeras lo que sentías en verdad. El silencio y la negación fueron mi respuesta.
-Una amiga se hizo la bichectomía con un odontólogo, hoy vamos a hacerle una despedida a él.
Desayunábamos en un centro comercial cuando dijiste eso, en una ciudad distinta a la de nosotros. Sonreías al celular y lo veías muy menudo. Allí dibujaste lo que no se borra en mis noches solitarias, la imagen de mi compañero atraído por alguien más.
Ojalá pudiera saber qué pasó en realidad, siempre insististe que no significaba nada, pero tu actuar y tu falta de querer decían lo contrario. La partida a ese pueblo cercano significó nuestro final. Yo te acompañé en la mudanza, al desempacar las maletas recorrí tu futura habitación, era minúscula, únicamente se encontraba un camarote donde dormirías junto a tu amiga, quien días después, desde tu celular me escribiría que estabas ocupado, que no te molestara.
Es sencillo saber el final, confesaste llorando que te gustaba alguien más, que al salir del trabajo hablabas con ella y la invitabas a comer, que hacían planes para ir a tu grado y que ese mismo día, cuando llegamos del viaje, te arreglaste frente a mí para verla. Ya sabía que me terminabas porque sentías algo más profundo, pues al referirte a ella no evitabas sonreír.
Ya han pasado varios meses desde que te fuiste, el hueco en mi estómago se ha hecho más fuerte, crece y yo dejo de comer, el dulce, el chocolate o lo salado que disfrutaba junto a ti y lejos de ti, ahora no entran a mi boca. Ya he ido al médico, una ecografía, una endoscopia, un examen de sangre, no pueden describir las náuseas que causa tu ausencia.
Mentirme a mí misma sería decir que no me duele verte con alguien más, sonriente, en ese mismo pueblo donde dejamos de querernos. Sentirme confundida es buscar a otra persona para no vivir con ese agujero en mis intestinos. Huir significa revivir el momento cuando mis labios posaron en los labios de un extraño, mientras tú reposas tus muslos en alguien ajeno.
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